En el dia de hoy recibi el siguiente correo electronico de parte de el Sr. Luis Gonzalez y lo comparto con todos ustedes:
Hola amigos, saludo esta promoción reivindicativa de mi hermano Juan Alberto, con quien compartí momentos trascendente de mi vida, tanto en Margarita como en caracas, en diversas oportunidades. lamentablemente en los últimos años de su vida no coincidimos mucho, salvo en el funeral de nuestro hermando común, Claudio Perna en febrero del 97. Hoy siento que Juan está vigente, aunque muchos le robaron su bandera y la enseñan confundida copn los símbolos fascistas de las manos blancas y las camisas negras.
Este texto aparecerá proximamente en la revista Diacrítica que edita el Ministerio de Cultura, a través de la Editorial El Perro y la Rana. También tengo otra crónica publicada en el semanario Temas Venezuela, en su edición de Abril de este año, para recordar un aniversario más de su muerte.
Saludos y espero que sigan contando conmigo.
¿DÓNDE VIVE JUAN LOYOLA?, ¡EL ARTISTA!
por Luis M. T. Rio.
La incursión de Juan Loyola (1952) en el territorio de las artes visuales neoespartanas no fue invasión, sin embargo transformó la geografía artística de la isla, tras inaugurar su galería “La piel del cangrejo” (1976) desde donde mostró la contundencia de un planteamiento plástico de vanguardia, junto a otras jóvenes promesas del arte latinoamericano y reconocidos maestros nacionales que confluyeron en un momento interesante para la plástica insular.
Loyola sobresalió con su irreverente propuesta de Cajas negras (1985), ensamblajes de madera con espejos rotos, muñecas desmembradas, alambres retorcidos, fotos quemadas y diversos materiales de deshecho, obras que fueron duras denuncias contra una sociedad de consumo que él conocía al dedillo, por ser parte de ella como exitoso comerciante de Zona Franca y por su vinculación con quienes detentaban el monopolio de las exportaciones del Puerto Libre.
Loyola llegó a Margarita en el 75 buscando hacer fortuna en el campo comercial, materia que dominaba con propiedad por acompañar exitosas empresas de su madre en La Guaira, su ciudad natal. Pero al presenciar el atraso existente en materia de artes visuales, su espíritu creador lo impulsó a promoverlo, quedando atrapado por sus redes como creador.
Fue artista autodidacta de breve incursión por la Escuela de Artes Cristóbal Rojas. Pero Porlamar le dio herramientas y motivos para emprender un periplo creativo dentro de la plástica nacional que lo acompañaría hasta su muerte ocurrida en Caracas el 27 de abril de 1999, producto de una grave insuficiencia cardiaca.
Su propuesta fundamental siempre lo vinculó al riesgo y la irreverencia contra los quistes cancerígenos de la sociedad. Con ella enfrentó a cuantos y a quienes consideró corruptos o traidores a la patria, mostrando su desacuerdo con valentía en los escenarios institucionales más notorios y neurálgicos del país.
Así lo haría en la sede del Poder Judicial donde presentó su más impactante performance: Asalto por Dignidad a los Tribunales de Justicia y a las Oficinas del Congreso Nacional de la República de Venezuela (1990), donde irrumpió junto a sus discípulos (cual kamikazes) explotando con sus cuerpos, grandes bolsas plásticas que contenían pigmentos de caucho con los colores primarios, (para él, símbolos del tricolor nacional), y reptaron por el piso cual serpientes, fundiéndose en las mezclas que formaron un pastoso tono marrón semejante al estiércol. Todo esto por denunciar la podredumbre imperante en aquel asiago momento de nuestro país.
Este acto alcanzó tal significación, que fue titular de primera plana en numerosos medios de prensa mundial y ese mismo año le hizo acreedor del premio: Medalla de Oro de la ciudad de Bruselas y el premio especial del jurado del Festival de Cine Súper 8 y Video de esa misma ciudad.
El tricolor nacional fue símbolo principal en su obra, a través de él denunció atropellos con gran contundencia. Fue audaz en su uso cuando la burocracia legalista impedía su uso más allá de los actos protocolares. Con sus colores pintó chatarras de automóviles abandonadas por décadas en las carreteras del país, provocando reacciones policiales que culminaban con la detención del artista, pero causaban al remoción de la chatarra. También pintó grandes rocas, postes derruidos y tubos que atentaban contra la seguridad ciudadana, generando similares actuaciones por parte de las autoridades.
La poesía, el video, la fotografía y el arte corporal formaron parte de sus destrezas, junto con la escultura, la pintura y el arte conceptual. Aunque sus creaciones fueron frecuentemente excluidas de los escenarios oficiales nacionales y escasamente se hallan en las colecciones oficiales nacionales, sus obras alcanzaron gran nivel de receptividad entre la crítica internacional, provocando elogios de importantes figuras artísticas como Oswaldo Guayasamín, Julio Le Parc y el crítico francés Pierre Restani, entre otros, además de ser invitado a destacados eventos y bienales de Europa, Latinoamérica y las Antillas, obteniendo destacados elogios por ello.
Ninguna de sus chatarras o sus intervenciones de calle sobrevivieron a su tiempo, pero sus expresiones de arte corporal con la bandera como símbolo, forman parte del subconsciente colectivo y hoy son cotidianos en la escena nacional sobre rostros, cuerpos e indumentaria de numerosos partidarios del gobierno y la oposición, sin conciencia sobre quién fue Juan Loyola, ni qué significó para el arte ser el primer venezolano que se atrevió a utilizar esos símbolos para protestar, y que hacerlo significó un riesgo personal para él, incluyendo vejaciones, maltratos físicos, secuestro policial y hasta encierros, en momentos que la oficialidad lo prohibía.
Loyola refundó el Patriotismo en sus obras y en sus riesgosas actuaciones públicas, cuando decir Patria era una herejía para los propios gobiernos apátridas. Su voz solitaria se alzó para reivindicar mayorías y minorías silenciosas (indigentes, indígenas, homosexuales, etc.) en momentos de gran tensión política y social. Luchó por causas que sabía perdidas, sin perder el glamour de artista universal, obteniendo por esto, un lugar prominente entre los jóvenes artistas de su época que seguían su ejemplo con respeto y admiración.
Con excepción de Cajas negras (1975-78) y Cartones corrugados (1979-85), el resto de su ingenio creador fue efímero y en buena parte quedó oculto o perdido en la frágil memoria de una época que no asimiló la profundidad de su propuesta, conformes con aplaudir su histriónica apariencia, sin percibir que esta era parte de un juego en el cual el artista les hizo partícipes.
Cuando Loyola constató la revulsión que causaba su arte entre la dirigencia artística oficialista, impidiéndole penetrar los espacios museísticos, y consciente de la fascinación que ejercía su exótica figura sobre algunas mentes burguesas del país que lo consideraban como rara avis, tomó la decisión de abandonar los esfuerzos por acercarse al estamento artístico oficial y se dispuso a burlarse de sus detractores, emprendiendo nuevas formas de golpear la docta vanidad de los críticos valiéndose de los nuevos ricos que coreaban su irreverencia. Para lograrlo requería generar un producto accesible que le sirviera cual “celestina”, de quinta columna para penetrar en las mansiones burguesas a costa del sacrificio de su propia trascendencia.
Así surgieron sus obras del bad painting, y con ellas su triunfo sobre la ortodoxia de los especialistas y el mal gusto de los ricos. Así inició su etapa “abstracta” (1986) de gestos líricos y títulos eufemísticos matizados de patriótica poesía, en series como: Venezuela, entonces yo te escucho, “Venezuela, tú me dueles demasiado”, “Para acabar con la ausencia”, “Venezuela, ya te escucho el olor de tu futuro”, etc. Lienzos de formato áureo, texturas de mastique para revestir paredes, fondeados acrílicos aplicados con aerógrafo, tonos pasteles en connivencia con colores primarios, detalles de espátula para resaltar un tricolor sin estrellas; obras sinuosas de contrastes básicos y agradables al ojo ignaro.
Juan Loyola se aprovechó de la burguesía y gracias a ella realizó sus mejores instalaciones en salones VIP de hoteles cinco estrellas. Sus exposiciones personales encontraron un público cautivo exhibiendo su vanidad consumista frente al boato de los marcos de sus cuadros. todos querían tener en su casa un cuadro de Loyola. Él lo tenía claro, sabía que los hoteles de lujo habían sustituido a los museos y fungían de nuevos templos donde adorabar al “becerro de oro” y allí se concentraba su mercado. Con cada venta de esos “adorables chorizos”, el artista colocaba en las manos del comprador, un video con las evidencias de sus auténticas obras de Arte, sus más arriesgadas y críticas actuaciones contra el sistema que ellos representaban, y paradójicamente esto aumentaba sus ventas y el precio de sus telas, seguramente por la vanidosa ostentación de sus clientes al colgar en sus paredes tales “muestras de su genio”.
Camino hacia ese objetivo lo encontró la muerte cuando recién cumplía 47 años, frustrando su gran proyecto artístico de crear y sostener un Centro Latinoamericano de Arte Joven, donde se albergaría la nueva vanguardia artística latinoamericana del siglo XXI, financiada por su propio talento y por los cuadros que compraban sus aplaudidores, sin percatarse que ellos eran instrumentos de su último performance.
Sin duda Juan Loyola es un patrimonio artístico venezolano por re-descubrir, afortunadamente no lo hallaremos en los cuadros que visten el lobby de los grandes hoteles, ni en las mansiones de exclusivas urbanizaciones de todo el país. Ahí nunca estuvo el artista, pero sí queda la huella de la irreverencia de este talentoso creador que penetró las élites ecnómicas y sociales para burlarse de ellas.
¡Habrá alguien que se atreva a buscarlo?
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